Desde tiempos inmemoriales,
cuando la historia no era más que un impreciso
esbozo narrado por los victoriosos, hemos existido los Bardos:
narradores, cronistas y poetas; artistas, juglares y trovadores;
tejedores de sueños que recogían mitos y leyendas,
de las canciones ancestrales, de los evanescentes sortilegios,
del arrullo del tempestuoso mar o del canto de las ninfas del bosque,
para transmitirlos durante generaciones entre aquellos
que nos quisieran escuchar, sumidos en un embrujado deleite.

Y es ahora, en esta Era donde la magia se diluye
junto con la esperanza de las gentes,
cuando nuestro pulso ha de redactar con renovada pasión
y nuestra voz resonar más allá de los sueños
.

Toma asiento y escucha con atención.

Siempre habrá un cuento que narrar.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Poesía eres tú

Rima XXIV
del apasionado relator de versos y fábulas, Eterno Trovador de la Soledad y el Amor, Gustavo Adolfo Bécquer


Dos rojas lenguas de fuego
que, a un mismo tronco enlazadas,
se aproximan, y al besarse
forman una sola llama;
dos notas que del laúd
a un tiempo la mano arranca,
y en el espacio se encuentran
y armoniosas se abrazan;
dos olas que vienen juntas
a morir sobre una playa
y que al romper se coronan
con un penacho de plata;
dos jirones de vapor
que del lago se levantan
y al juntarse allá en el cielo
forman una nube blanca;
dos ideas que al par brotan,
dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden,
eso son nuestras dos almas.


Ninguna novedad aportaré en mi alocución hacia uno de los grandes creadores líricos de la literatura patria, puesto que es bien conocida y, del mismo modo idolatrada por muchos que coinciden en complacencia conmigo, la deleitosa obra de este narrador de leyendas y rapsoda de poemas. Lo conocí cuando ni siquiera se esbozaba un atisbo de madurez en mí, mientras paseaba por unas figuradas calles de pendientes pronunciadas e irregular pavimento, con las balconadas repletas de flores y las porterías atestadas de lozanas mozas sevillanas, a las que ni me atrevía a mirar por mi endémica timidez, por lo que tenía que sumergirme irremediablemente en estos versos para poder imaginarlas. Unos versos que enriquecieron mi existencia desde el principio, en cuanto pude sentir esas arrebatadoras y apasionadas poesías como mías.


Despertó en mí un sentimiento que nunca antes había experimentado, que ni siquiera había imaginado que sentiría y que con el tiempo se fue apagando cuando comprobaba que nunca lo viviría. Pero él siempre estuvo ahí, en el devenir de los años, mucho antes de que yo tomara conciencia, para ejemplizar y describir emociones que sólo el corazón podría llegar a discernir. Y sin necesidad de artificios ni artimañas, tan sólo con la simpleza y la ingenuidad que se tiene cuando se comienza a amar, todas las rimas se abrieron camino hasta mí, permitiéndome hacerme una errática idea de aquello que, alguna vez, lograría percibir. No obstante, cuando la embriagadez poética me sumía en el aturdimiento, podía recurrir a sus fantásticas y misteriosas leyendas, que evocaban desiguales impresiones, balanceándose entre la insana incertidumbre, el irracional terror, el creciente interés o la desgarradora pasión.

Su vida estuvo totalmente precipitada entorno a la literatura, con lo que ello podría implicar, tanto por desgracias como por virtudes, aunque en el caso de este romántico empedernido, estandarte de tantos otros, anteriores y posteriores, fue por ventura de sus lectores más que de sí mismo en algunas ocasiones. La introspección que fundamentaba sus escritos es más que evidente, en la que se puede vislumbrar un gran tormento cimentado en su melancólica soledad, un inquietante miedo hacia lo inefable y lo desconocido y, por encima de todo lo demás, una desenfrenada forma de entregarse a la emoción de amar. Tan entusiasta y vehemente se mostraba, que sólo podía concebirse que este amor que anhelaba fuera una utopía inalcanzable. Y así fue como Julia, su numen idealizado, la musa de las pupilas azules, jamás correspondió a las hermosas palabras que surgieron de su corazón. Por aquel entonces no era un artista ungido con el inicuo reconocimiento que posteriormente obtuvo de manera abrumadora y absoluta, consagrándolo como uno de los mayores poetas de toda la historia: esto fue lo que le hizo insignificante ante ella. Más trágico fue, no obstante, que no encontrara ese amor durante su vida, en lugar de la gloria que le precedió cuando hubo abandonado este mundo, pues él lo único que deseaba era ser feliz y sólo lo lograba mientras amaba.


Por esta razón y en este momento, pienso que he cometido una traición hacia uno de los autores de mi despertar romántico, pues he hurtado sus versos para entregárselos a otra persona, que no se llama Julia y que, por azares, por destino o por encadenadas causas, sí que comparte conmigo ese sentimiento que ahora siento que escribió para mí, escribió para nosotros, con tanta maestría que lo enaltece por completo, hasta una desbordante medida en la que cada una de sus letras tiene sentido por sí misma: amor.

Pero es una justificada deslealtad, amigo Gustavo, que estoy seguro que entenderás, allá dónde estés, porque tu obra ahora sirve para que yo honre tu memoria y dedique tus versos a alguien que sí los sabrá valorar como merecen.

1 comentario:

Alma (Susurros Mortales) dijo...

Has elegido uno de los versos más bonitos, Gustavo Adolfo Bécquer me encanta pero tu mucho mas.

Besitos